Es importante enfatizar este aspecto trascendente del Dhamma porque, en nuestro propio tiempo cuando los valores seculares “inmanentes” son ascendentes, la tentación es grande para dejar que este aspecto desaparezca de la vista. Si suponemos que el valor de una práctica consiste únicamente en su capacidad de producir resultados concretos de este mundo, podemos inclinarnos a ver el Dhamma simplemente como un medio para refinar y sanar a la personalidad dividida, lo que lleva al final a una afirmación renovada de nuestro ser mundano y nuestra situación en el mundo. Tal enfoque, sin embargo, ignoraría la insistencia del Buda de que todos los elementos de nuestra existencia personal son impermanentes, insatisfactorios y no propios, y su consejo de que debemos aprender a distanciarnos de tales cosas y finalmente descartarlas.
En la práctica adecuada del Dhamma, ambos principios, el de la autotransformación y el de la autotranscendencia, son igualmente cruciales. El principio de la auto-transformación por sí solo es ciego, lo que lleva en el mejor de los casos a una personalidad ennoblecida, pero no a una personalidad liberada. El principio de la auto-trascendencia por sí solo es estéril, lo que lleva a una fría retirada ascética sin potencial para la iluminación. Es solo cuando estos dos principios complementarios funcionan en armonía, mezclados y equilibrados en el curso del entrenamiento, que pueden cerrar la brecha entre lo real y lo ideal y llevar a una conclusión fructífera la búsqueda del fin del sufrimiento.
De los dos principios, el de la autotranscendencia reclama primacía tanto al comienzo del camino como al final. Porque es este principio el que da dirección al proceso de autotransformación, revelando el objetivo hacia el cual debe conducir una transformación de la personalidad y la naturaleza de los cambios necesarios para llevar el objetivo a nuestro alcance. Sin embargo, el camino budista no es un ascenso perpendicular a escalarse con picos, cuerdas y botas con tachuelas, sino un entrenamiento paso a paso que se desarrolla en una progresión natural. Así, el abrupto desafío de la trascendencia de uno mismo – la renuncia a todos los puntos de apego – se cumple y domina por el proceso gradual de auto-transformación. Mediante la disciplina moral, la purificación mental y el desarrollo de la comprensión, avanzamos por etapas desde nuestra condición original de esclavitud hasta el dominio de la libertad sin trabas.
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