He visto morir a 3 personas.
2 eran ancianos o enfermos en una cama de hospital. Es decir, todos esperaban que murieran.
Una era una mujer hermosa, joven y saludable que vi cruzar la calle y luego ser desmantelada por un automóvil a toda velocidad. Su muerte, que presencié desde el golpe mortal hasta el último aliento, es la que se queda conmigo.
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Lo que recuerdo más claramente es que los 3-5 segundos después de darme cuenta de lo que estaba sucediendo adquirieron una sensación única. No era solo que el tiempo pasaba más lento, era que mi mente parecía estar funcionando de una manera que nunca había funcionado.
Tuve tiempo de considerar varios planes de acción y elegir con calma uno como si hubiera estado en reuniones durante todo el día. Luego, cuando elegí mi plan de acción, el tiempo se aceleró nuevamente como una película tratando de alcanzar su marcador esperado.
Avancé con las cosas que había decidido durante esos primeros segundos (acercándome a ella, realizando lo que sabía de primeros auxilios, llamando a las autoridades, controlando a la multitud, rezando) con un desprendimiento frío. Incluso le pedí a alguien que tratara de seguir el auto que la había matado, ya que el conductor se había apresurado (esto sucedió en Siberia).
Todavía estaba temblando cuando me acerqué. Ella me miró. Vi la luz salir de sus ojos. El nivel de horror ante la situación parecía aumentar directamente mi capacidad de actuar fuera de mis sentimientos.
Esa noche, una acumulación de emoción diferida cayó sobre mi cerebro como una caja fuerte de dibujos animados. Recuerdo ir a dormir esa noche temblando, llorando, temiendo la vida. Tardó días en recuperarse. Era como si la responsabilidad que conjuraba en el momento de la crisis me dejara con una deuda psíquica. Lo pagué durante unos días y luego intenté seguir adelante. Pero he llevado un poco conmigo desde entonces.
El sentimiento disociado y recogido que me invadió en ese momento de tragedia ha sido desde entonces un consuelo frío para mí. Sé que cuando la mierda sale mal, soy capaz de apagar mis emociones y hacer lo que hay que hacer. Y en un mundo de tanto caos, ese es un pensamiento reconfortante. Pero también soy consciente del costo de tales experiencias.
Los eventos de nuestras vidas graban recuerdos en nuestras vías neuronales como incendios forestales en los anillos internos de un árbol. Traen consigo conocimiento y proceso, pero también miedo y enojo arraigados. El truco es hacer que sus experiencias trabajen para usted y no ser cautivo por ellas. Si alguien descubre la mejor manera de hacerlo, avíseme.
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