Los filósofos pensaron y escribieron mucho sobre la existencia de los dioses durante siglos. Debido a que muchos de ellos habían sido condicionados por las sociedades en las que vivían para creer que los dioses existían en la realidad, en lugar de como construcciones sociales, pasaron mucho tiempo tratando de descubrir cómo algo tan improbable e ilógico podría ser en realidad. También pusieron un sorprendente esfuerzo en tratar (sin éxito, por supuesto) de construir “pruebas” de la existencia de un dios o dioses.
Esto terminó en gran medida, al menos en Occidente, en el siglo XIX. Un hito clave fue la famosa declaración de Friedrich Nietzsche en 1882 de que “Dios está muerto”, con lo que se refería a que la sociedad occidental finalmente había superado la necesidad de inventar un dios para justificar y hacer cumplir sus reglas morales y sociales.
Los filósofos ahora han entregado el tema en gran medida a psicólogos, etnólogos y antropólogos, para quienes la pregunta interesante es: ¿por qué los humanos aparentemente tienen una propensión innata a creer en una “figura paterna” imaginaria con poderes sobrenaturales? ¿Es un fenómeno neurológico, un fenómeno social o una combinación de ambos?
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