Hablando desde una perspectiva económica, podría decir que el período de la dictadura fue uno de los más orientados al Estado en la historia económica brasileña moderna, por lo que es todo lo contrario de la “economía privatizada”.
Es cierto que el golpe militar agilizó a las grandes compañías extranjeras para financiar sucursales en Brasil, pero se extendió a las compañías de bienes duraderos como máximo, como el ensamblaje de automóviles. Sin embargo, esas empresas habían llegado solo con ayuda pública. Además, el gobierno federal en ese momento solía elegir qué compañías podían hacer filiales en Brasil.
Todos los cambios estructurales se realizaron con grandes gastos públicos y numerosas empresas públicas se financiaron en ese momento. Una pista para eso es reconocer la creación misma del Banco Central de Brasil y la CVM (Comisión de Valores de Brasil) en 1964 y 1977, en un intento de expandir el mercado financiero brasileño, que se utilizó para titulizar los gastos públicos utilizando bonos públicos, la mayoría de ellos vendidos a extranjeros. Además, después del golpe de estado militar, se llevó a cabo una gran reforma fiscal para hacer posibles esos gastos, aumentando la tasa impositiva general en la economía. La mayoría de esas empresas públicas, agencias y gabinetes administrativos financiados en el período de la dictadura se privatizaron en los años noventa, en un esfuerzo por reducir la deuda pública de Brasil. El debate sobre la deuda pública solo se había convertido en un tema de tendencia en economía por el término de José Sarney en 1985, cuando el golpe militar abandonó la oficina, y fue el segundo tema económico más importante en el programa de término de Collor, perdiendo solo por el cese de la hiperinflación (ambos seguido por los términos de Fernando Henrique Cardoso). Entre 1982 y 1984, la deuda pública (en términos del PIB) se había duplicado.
Sin mencionar los innumerables programas económicos realizados por el gobierno en ese momento (PAEG, PED, PND, solo por nombrar algunos). Se utilizaron para lograr el crecimiento económico utilizando los gastos públicos en infraestructura y ayuda al sector privado, tratando simultáneamente de reprimir la tasa de inflación (sin resultado). Con esos programas, el gobierno controlaba los tipos de cambio y mantenía excelentes tasas de interés para atraer inversores. En realidad, y puede preguntarle a sus padres, el gobierno era tan restrictivo a las importaciones que un bien importado se consideraba un lujo. Tanto la hiperinflación como las políticas de importación fueron responsables de la retracción del 30% de la industria brasileña en los años ochenta.
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Sugeriría el libro “Economia Brasileira Contemporânea” de Fabio Giambiagi. Allí puede encontrar la mayoría de los datos cuantitativos de la era de la dictadura.