El apóstol Juan tuvo el privilegio de ver e informar sobre la ciudad celestial (Apocalipsis 21: 10-27). Juan fue testigo de que el cielo (la tierra nueva) posee la “gloria de Dios” (Apocalipsis 21:11), la misma presencia de Dios. Debido a que el cielo no tiene noche y el Señor mismo es la luz, el sol y la luna ya no son necesarios (Apocalipsis 22: 5).
La ciudad está llena del brillo de piedras costosas y jaspe cristalino. El cielo tiene doce puertas (Apocalipsis 21:12) y doce fundamentos (Apocalipsis 21:14). Se restaura el paraíso del Jardín del Edén: el río del agua de la vida fluye libremente y el árbol de la vida está disponible una vez más, dando frutos mensualmente con hojas que “sanan a las naciones” (Apocalipsis 22: 1-2). Por más elocuente que John fue en su descripción del cielo, la realidad del cielo está más allá de la capacidad del hombre finito para describir (1 Corintios 2: 9).
El cielo es un lugar de “no más costumbres”. No habrá más lágrimas, ni más dolor, ni más tristeza (Apocalipsis 21: 4). No habrá más separación, porque la muerte será conquistada (Apocalipsis 20: 6). Lo mejor del cielo es la presencia de nuestro Señor y Salvador (1 Juan 3: 2). Estaremos cara a cara con el Cordero de Dios que nos amó y se sacrificó para poder disfrutar de su presencia en el cielo por la eternidad.
Fuente: ¿Cómo es el cielo?
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