Santo Tomás observa:
“Se dice que esas cosas se miden por el tiempo que tienen un principio y un final en el tiempo” como se afirma en [Física de [Aristóteles] (IV, ii> 220a25). Esto es así porque en el caso de todo lo que se mueve, algunos principios y algunos finales deben ser aceptados. Sin embargo, lo que es totalmente inmutable no puede tener principio ni fin, así como tampoco puede tener sucesión. Y así, la eternidad se conoce a partir de dos características; primero, por el hecho de que lo que sea que esté en la eternidad es interminable, es decir, que carece de principio y fin, tomando término según corresponda a ambos; segundo, por el hecho de que la eternidad misma carece de sucesión, existiendo completamente a la vez [tota simul].
Como Dios es eterno, se deduce que existe completamente de una vez y no tiene un antes ni un después. Cualquier cosa que no tenga antes y después no distingue entre “ahora” y “algún tiempo después”. Lo que vemos como una multiplicidad de momentos es una sola cosa desde la eterna ventaja, y una sola cosa en comparación con sí mismo no admite ninguna disparidad.
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