Jesús no murió para salvarnos del infierno sino también para redimirnos de la esclavitud del pecado. Después de escuchar el evangelio predicado, una persona puede llegar a reconocer que él o ella está viviendo una vida de pecado y que este pecado merece el castigo eterno, el infierno. En este punto, tal persona puede decidir que es hora de ir a Dios en oración y finalmente arrepentirse.
Esta persona con el corazón roto se encontrará admitiendo que es un pecador y necesita un salvador. En la oración, la persona arrepentida pedirá perdón al reconocer que Jesús, el Hijo de Dios, fue enviado a morir por su pecado para hacer posible la paz entre el Padre y cualquiera que crea. Finalmente, tal persona declarará por fe que Jesús es su Señor y Salvador, agradeciendo al Padre en el nombre de Jesús por el don del Espíritu Santo que reside en su corazón.
La gracia salvadora de Dios a través de la fe en el evangelio asegura que esta persona ya no perecerá ni estará atada al infierno (Juan 3:16). Además, la redención de su alma de una vida en la esclavitud del pecado y el miedo a la muerte, estaba garantizada por la sangre derramada en la cruz, el pago final por el rescate del hombre por el pecado y la muerte (Marcos 10:45).
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