Toda esta idea de que debemos saber algo con certeza matemática para expresar una opinión personal es absurda. La idea de Dios es una fantasía, una proyección, un producto de la imaginación humana. Todo lo que uno necesita hacer es leer un poco de historia, hablar con algunos teístas, luego aplicar un poco de sentido común para ver que los dioses no existen, nunca han existido y nunca existirán.
Mis compañeros ateos se arrodillan de puntillas por temor a que un teórico descarado pueda desafiar la afirmación central de que Dios es un amigo imaginario utilizado como una muleta emocional por personas que no tienen la fortaleza intestinal para mantenerse en pie sin horóscopos, lecturas de tarot, adivinos y monólogos delirantes llamados “oración”.
Mira, aquí viene un teísta para desafiar mi afirmación de que todas estas cosas son tonterías emocionales para los débiles. “¡Señor, ha hecho afirmaciones que no puede probar con certeza matemática!”
“Y qué, amigo,” respondo con jocosidad. “Es mi opinión: piérdete. Ve a hablar con tu amigo invisible”.
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Si crees que los ateos débiles, implícitos y negativos son malos, los agnósticos son peores. Miran un menú chino y no pueden decidir: ¿los rollitos de primavera o el huevo demasiado joven?