Las revoluciones políticas que acompañaron el comienzo de la era moderna provocaron la democracia como un nuevo sistema político.
El corpus de fiqh (leyes islámicas) basado en el Islam se había desarrollado en una época anterior, la de la monarquía. Por eso no tenía una concepción de la democracia moderna.
Entonces, los musulmanes que pensaban en términos de las leyes religiosas establecidas no podían apreciar o comprender la importancia de la democracia.
Es por eso que algunos de ellos calificaron la democracia como irreligiosa (la-dini) e incluso como sistema parlamentario de democracia ‘prohibido’ (haram).
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Otros lo atacaron como un sistema de conteo de cabezas, donde a los números se les da la importancia que merece la calidad.
Pero, de hecho, la democracia tiene el potencial de ser una bendición para los musulmanes.
A diferencia del antiguo sistema monárquico, la democracia se basa en el principio de compartir el poder. Ofrece a los musulmanes la oportunidad de ganar importancia política si actúan sabiamente.
Pero debido a la falta de perspicacia ijtihadi (pensamiento racional independiente), los musulmanes no pudieron hacerlo.
En cambio, su enfoque taqlidi (visión fija de los tradicionalistas) los llevó a hablar sobre planes como lanzar un movimiento para establecer el Califato y soñar con esquemas similares totalmente insatisfactorios.
Pero no pudieron ver cómo, al participar en la gobernanza democrática y participar en procesos democráticos, podrían hacerse un lugar en los países democráticos.