Externamente o físicamente, las cosas que sabemos son aquellas que llegan al cerebro. Y para la mayoría de nosotros, existe un mecanismo que nos mantiene enfocados en gran medida en las cosas físicas, en las experiencias que llegan a través de los cinco sentidos. Pero los hilos de nuestras vidas se adentran en los mundos psíquicos y espirituales, y hay una parte de nosotros con otros sentidos, una parte más alta o más profunda de la cual nosotros, instalados como estamos en el cerebro físico, permanecemos en gran parte inconscientes.
Vivimos nuestra vida, por así decirlo, en mundos paralelos y además de nuestra conciencia de vigilia ordinaria, también tenemos una vida vasta y mayormente oculta. Es una vida de la cual nosotros, en nuestra conciencia física del cerebro, permanecemos en su mayoría ignorantes. Los mundos, o más bien las dimensiones de este mundo, en el que viven los llamados muertos, siempre están presentes con nosotros, pero en gran medida no se perciben. Para la mayoría de nosotros, ese es el diseño de la naturaleza y la forma, por el momento, de que debería ser.
Es como si un espejo unidireccional se interpusiera entre nuestra conciencia ordinaria y las alturas y profundidades de nuestra vida en los mundos psíquico y espiritual. Nuestro cerebro vive en el lado reflectante del espejo, y nuestro yo superior vive en el lado transparente. Por lo general, estamos inconscientes —a nivel cerebral— de nuestra identidad más amplia y es la vida en los planos internos, y no nos damos cuenta de hasta qué punto vivimos esta vida superior, y nos damos cuenta de que nuestro “yo” no es más que una pequeña parte de una conciencia más grande y profunda. En todo momento, la parte más profunda es un participante activo en nuestra vida, pero mientras el mundo material capta la mayor parte de nuestra atención, nuestro cerebro generalmente registra poco de esta naturaleza más profunda. La mayor parte de lo que somos en nuestra naturaleza superior está escondida detrás del espejo unidireccional, de modo que cuando miramos hacia adentro solo vemos la conciencia física y emocional habitual. Pero hay otra parte de nosotros que vive al otro lado del espejo, y en ese espacio ve no solo hacia la personalidad física, sino también hacia los mundos psíquicos y hasta los mundos espirituales.
Cada uno de nosotros está estructurado de manera diferente según nuestras necesidades y condiciones kármicas, por lo que no todos los espejos son iguales. Y la barrera materia-energía, de la cual nuestro “espejo” es simbólico, no es un velo estático sino dinámico, siendo parte de la estructura etérica viva de nuestros cuerpos. Y a veces, nuestro espejo, o parte de él, se parece más a un vidrio translúcido o una ventana transparente. Entonces, durante un tiempo, el espejo ya no puede actuar como una barrera completa entre mundos, de modo que registremos parte de nuestra vida interior en el cerebro. Luego, hasta cierto punto, experimentamos continuidad de conciencia donde nuestro cerebro registra no solo la existencia física habitual, sino también aspectos de la vida espiritual o psíquica.
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