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“Adán y Eva fueron elegidos para venir aquí como los padres primarios de la humanidad. Y fueron colocados en el Jardín del Edén donde no había muerte y leemos en las Escrituras que podrían haber vivido en ese Jardín para siempre, pero no bajo las circunstancias más favorables. Porque allí, aunque estaban en la presencia de Dios, fueron privados de cierto conocimiento y comprensión en una condición en la que no podían entender claramente las cosas que eran necesarias para que ellos supieran. Por lo tanto, se hizo esencial para su salvación y para la nuestra que se cambiara su naturaleza. La única forma en que se podía cambiar era mediante la violación de la ley en virtud de la cual estaban en ese momento. La mortalidad no puede venir sin la violación de esa ley y la mortalidad es esencial, un paso hacia nuestra exaltación. Por lo tanto, Adán participó del fruto prohibido, prohibido de una manera bastante peculiar, ya que es el único lugar en toda la historia donde leemos que el Señor prohibió algo y, sin embargo, dijo: ‘Sin embargo, puedes elegir por ti mismo’. Nunca dijo eso de ningún pecado. No considero la caída de Adán como un pecado, aunque fue una transgresión de la ley. Tenia que ser. Y Adán vino bajo una ley diferente. La ley temporal. Y quedó sujeto a la muerte. La participación de esa fruta creó sangre en su cuerpo y esa sangre se convirtió en la influencia vivificante de la mortalidad ”(Joseph Fielding Smith, La expiación de Jesucristo, Discursos del año de la Universidad Brigham Young [25 de enero de 1955], 2).