Afortunadamente, los sacerdotes y monjas de la escuela secundaria a la que asistí durante la década de 1970 me desprogramaron del cristianismo. ¿Qué puedo decir sobre los supuestos cristianos que bendijeron la guerra de Vietnam? Después de tres años de esta situación ridícula, grité por una liberación y recibí el consentimiento de mis padres para transferirme a una escuela secundaria pública. También me convertí en agnóstico, una visión que mantuve hasta encontrar el Islam.

Mi salida de la escuela parroquial y la inscripción en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) en 1980, con especialización en historia y especialización en Brasil, fomentó mi alejamiento de la religión organizada. La década de 1980 planteó tareas terribles y desafiantes para los latinos en el campus. Nuestros hermanos y hermanas en América Central estaban siendo asesinados diariamente por escuadrones de la muerte entrenados por los estadounidenses. La pobreza y el desempleo en los Estados Unidos aumentaron mientras los ricos engordaban bajo la presidencia de Ronald Reagan.
Me uní a varias organizaciones en UCLA dedicadas a terminar con este horror. La política se convirtió en una religión sustituta para mí, no solo una forma de luchar contra la opresión, sino una sustancia para llenar el vacío que había sentido desde la infancia: la necesidad insatisfecha de llevar la justicia social al mundo. Pero, como puede atestiguar cualquiera que se haya sumergido en la política, la terrible ironía es que cuanto más profundo es el compromiso, mayor es la alienación. Las pequeñas disputas dentro de una organización se convierten en purgas políticas, y los amigos cercanos se convierten en demonios una vez que se desvían de la línea del partido. Rápidamente, me convertí en un cínico, y como muchos políticos quemados, tomé para beber.
En 1991, la URSS se fue, los sandinistas en Nicaragua fueron derrotados en las urnas, los rebeldes salvadoreños se desarmaron, y Cuba entra en la peor crisis económica de la historia, dejando a mis parientes de la isla rogándome a mí y a mi madre que envíen todo lo que podamos. puede volver a casa, incluso una botella de aspirina.
Trabajo y matrimonio
Personalmente, sin embargo, había comenzado a recorrer el largo camino de regreso a la recuperación, alhamdulillah (todo gracias a Allah). Ese año dejé de beber para siempre, recibí mi doctorado en Historia de la UCLA y me dirigí al mercado laboral.
Al año siguiente, me casé con una dulce mujer coreana-estadounidense de mi edad, y conseguí un puesto de titularidad en la Universidad Estatal de Kent (KSU) de Ohio, donde actualmente enseño la Historia de América Latina y la Historia de la Civilización. Después de siete años de investigación, convertí mi manuscrito sobre los barrios marginales de Río de Janeiro en un libro, Family and Favela, publicado en 1997.
Profesionalmente, nunca me sentí más satisfecho, pero en el horizonte surgió una crisis que casi destrozó mi vida. Estaba enojado con mis padres por no darme una infancia más feliz, alejado de mi esposa, y volver a adormecerme, esta vez no a través del alcohol, sino comprando aparatos de entretenimiento para llenar mi corazón vacío.
De la misma manera que otros tontos que obtuvieron victorias en sus carreras, comencé a dar por sentado a mi familia. Sin entrar en los sórdidos detalles, diré que mi ceguera emocional casi me costó mi matrimonio. Durante seis agonizantes meses, mi esposa me dejó, y no pasó un día en que no llore y grite como un animal para que regrese. Me puse de rodillas y recé a cualquier poder superior que pudiera existir para otorgarme el coraje de Jesús (la paz sea con él), Buda y Muhammad (la paz sea con él) solo para sobrevivir.
Lo único que sabía con certeza acerca de estos mensajeros es que sufrieron y comprendieron una tragedia personal y, sin embargo, salieron victoriosos, acusados de una misión para ayudar a otros en apuros. La súplica (hoy diría dua ‘) fue respondida. Mi esposa regresó, aunque no merecía tanta misericordia de Allah, y este milagro me hizo querer explorar por qué la Divinidad, que ahora estaba segura de que existía, querría ayudarme.
Comenzando a buscar
Compré la famosa traducción de Muhammad Pickthall de los significados del Corán
Comencé a leer en el canon católico, desde las Confesiones de San Agustín hasta La imitación de Cristo de Thomas Kèmpis (por cierto, el libro favorito de mi madre), pero todo era demasiado seco y abstruso. A continuación, recurrí a la tradición mística, cubriendo los diarios de Soren Kierkegaard, los cuadernos de Simone Weil y la poesía “confesional” de Anne Sexton. Este fue el gran punto de inflexión. Estúpido, había estado examinando la religión a través de la lente de la razón. Sin embargo, a medida que estos viajeros seguían insistiendo, no hay un camino racional para encontrarse con Alá, solo lo que Sexton llamó “el terrible remar hacia Dios” que lleva a abrazar la fe.
Aún así, incluso el cristianismo poco ortodoxo predicado por los místicos parecía poco gratificante. Entregarme ciegamente a Cristo, incluso si él era el Hijo de Dios, me llevó de regreso a la escuela parroquial. No proporcionó respuestas detalladas sobre cómo reestructurar mi vida para que fuera de mí, el esposo y el exitoso profesor, coincidiera con el interior de mí, la criatura insegura demasiado asustada para saborear la vida.
En algún momento a mediados de los 90, compré la famosa traducción de Muhammad Pickthall de los significados del Corán para aumentar mis conferencias de historia sobre el Islam. Nunca había llegado a leerlo. Luego, en un viaje de Cleveland a Miami en 1999, por alguna razón decidí llevarlo en el avión. Recuerdo a la mujer en el asiento a mi lado preguntando qué estaba leyendo. “El Corán”, respondí bruscamente. Ella me miró perpleja. “El libro sagrado de los musulmanes”, agregué para su beneficio.
Ella preguntó: “¿Eso es lo que eres?”
Le respondí: “No, solo estoy interesado en la literatura mundial”.
Devoré aproximadamente la mitad del libro durante el viaje en avión de dos horas y lo terminé durante mi estadía en la casa de mis padres. Lo que me sorprendió es que el libro abordaba todo, desde la usura hasta el divorcio y los derechos de las mujeres. Todas las religiones afirman que son más que una religión, sino una forma de vida completa, pero solo en el Islam se cumple este voto.
¿Los católicos organizan su día en torno a la oración? Me pregunté a mí mismo.
¿Es el budismo algo más que solo jugar con el significado de las palabras?
Una voz desde adentro dice: “Esto es lo que quiero ser, y lo seré de ahora en adelante: un musulmán”.
Reflexioné sobre las conferencias que di en mi curso de Historia de la Civilización. ¿Qué les había estado enseñando a los estudiantes de Kent State sobre el Islam? – Que era la más democrática e igualitaria de todas las religiones del mundo ya que no reconocía distinción o mérito basado en raza, clase social, nacionalidad o género. Más bien el mérito se basó solo en grados de fe. Pero ahora, por primera vez, las palabras llegaron a casa. Todo lo que se necesitaba para hacer mi conversión final fue un evento desencadenante.
El punto de inflexión
Recife, Brasil: junio de 2000.
Asistí a una conferencia de académicos especializados en Brasil. Para leer material, traje un libro de poesía y oraciones sufíes, que había leído detenidamente durante mi fase “mística”, pero que nunca había terminado. En mi habitación de hotel, entre las sesiones de la conferencia, finalmente llegué a la última página y guardé el libro en mi equipaje. Más tarde, caminando por la hermosa playa, volví al libro escondido dentro de mis capas de ropa. Una voz desde adentro dice: “Esto es lo que quiero ser, y lo seré de ahora en adelante: un musulmán”.
Después de regresar a los Estados Unidos, traté de encontrar algunos musulmanes locales. ¿Pero cómo? ¿Debería buscar “Islam” en la guía telefónica? De repente, recordé que una vez tuve un estudiante en mi clase de América Latina, un joven afroamericano llamado Musa. Era un hermano tranquilo pero muy ingenioso y devoto que, cuando no asistía a KSU, trabajaba con adolescentes con problemas en Akron. Me había dicho que había una pequeña mezquita en Akron y que podía visitarla en cualquier momento.
Internet encontró la dirección para mí. Sabiendo que los servicios de Jummah se llevaban a cabo el viernes, pasé la noche del jueves de rodillas orando a Allah para que hiciera lo mejor por mí. ¿Era digno de unirme a la Ummah (nación islámica)? ¿Cómo sería recibido, ya que hay relativamente pocos musulmanes latinos? Mientras oraba, sentí lágrimas fluyendo por mi rostro, por primera vez en muchos años. Algo dramático estaba por suceder en mi vida, lo sabía.
Ese viernes, conduje de Kent a Akron para asistir a mi primera oración de Jummah. Al subir las escaleras de la modesta mezquita de dos niveles, me sorprendió la variedad de rostros: afroamericanos, asiáticos del sur, un hermano que “incluso parecía europeo”, como dije en silencio para mí, y varios árabes, incluido el Imam. Dio un ardiente pero controlado khutba (sermón). No recuerdo el tema, pero nunca olvidaré su frecuente encantamiento: “¡Oh, esclavos de Alá!” Esa frase me resuena hasta este día.
Julio Cèsar Pino murió ese día y nació Assad Jibril Pino.
¿Por qué alguien querría ser un “esclavo” de la Divinidad?
Encontré la respuesta que me rodeaba ese día: hombres de resolución, en paz consigo mismos, porque habían entregado sus vidas a Allah para que hiciera lo que quisiera.
La semana siguiente regresé, y después del sermón, tímidamente le pregunté a uno de los hermanos si él sería testigo de mi conversión. Para mi sorpresa, llamó a toda la congregación a reunirse a mi alrededor. El Imam administró la Shahadah (declaración pública de fe), y lo que más recuerdo fue su promesa: “Todos sus pecados anteriores son perdonados. En el Día del Juicio, seremos sus testigos de que tomó la Shahadah frente a nosotros. ” Julio Cèsar Pino murió ese día y nació Assad Jibril Pino.
Después del baño obligatorio, mi siguiente paso fue contactar a mis padres. Sabía que ninguna llamada telefónica podía expresar mi alegría, ni abarcar las enseñanzas del Islam, una religión totalmente desconocida para ellos. Por lo tanto, les escribí una larga carta e incluí una traducción al español de la Surah al-Fatiha (el primer capítulo del Corán). Casi tres años después, sigo pensando que mis padres “realmente no lo entienden”: no pueden comprender por qué y cómo el Islam cambió mi vida, pero son tolerantes. Ojalá pudiera decir lo mismo de algunos de mis colegas en la universidad. Abrazar el Islam es una cosa; practicar el Islam y cumplir con sus obligaciones es otra cosa. Cuando escribí y hablé públicamente sobre el genocidio de los palestinos en 2001, fui objeto de difamación, acoso e incluso amenazas de muerte en mi oficina. Sin embargo, esa es una tarifa bastante estándar para la mayoría de los musulmanes en Estados Unidos.
Nada viene antes de mi fe ahora. Lo que más me gusta del Islam es precisamente la disciplina que requiere de los creyentes, para que podamos ser una comunidad. Siempre pensé en mí mismo como una persona disciplinada, pero me llevó al Islam darme cuenta de que me estaba disciplinando por las cosas equivocadas. En mis días antes del Islam, decía: “Tengo que estar en ese cine exactamente a las siete. Tengo que ser el primero en la fila”. Hoy, después de realizar mis oraciones matutinas, me pregunto qué puedo hacer para avanzar el Islam, incluso de una manera pequeña. Podría requerir llamar a mi congresista para obtener una visa para un hermano extranjero que quiera venir a los Estados Unidos, o tal vez enviar dinero a una mezquita en Nigeria.
Profesionalmente, también he experimentado la conversión. Mi proyecto de investigación actual involucra la vida de esclavos musulmanes en el Brasil del siglo XIX y su conexión continua con sus tierras africanas. En mi clase de Historia de la Civilización, que me hizo interesarme por el Islam en primer lugar, ahora siempre incluyo el Medio Oriente contemporáneo, y he tenido el placer de recibir oradores invitados palestinos. Casi todos mis alumnos disfrutan esta parte del curso, y algunos incluso me han pedido que enseñe una clase exclusivamente sobre la historia del Islam.
En mi período de jahiliyya (días antes del Islam), dependiendo de cómo me sintiera ese día, respondía a quienes me preguntaban si era cubano, cubanoamericano o incluso estadounidense (si por casualidad vivía en Brasil).
Ahora, solo digo musulmán, y les dejo que me ubiquen en una categoría. Si están contentos y curiosos, entonces, con permiso de Allah, les cuento la asombrosa historia de cómo un cubano se convirtió en musulmán.